Hace unos dias vagando por el blog de una amiga me tope con este testimonio que me llamo mucho la atencion por la manera en la que la autora habla de su concepto de la virginidad.. en fin es un texto muy interesante asi que aqui se lo dejo para que lo lean y opinen sobre el tema.Te regalo mi virginidadUn testimonio de Silvia Sánchez Di Martino.
It's too late, the rush is onRoxy Music, "Burning", del disco Sirenz-Pórtate bien -me había implorado mi madre antes de despedirse.Era la primera vez que viajaba dejándome sola en casa. Yo tenía unas ganas terribles de transgredir la moral y las buenas costumbres -normales a mis diecisiete años- y tenía un novio de dudosa reputación que volvía la tentación aún más irresistible.
Lo primero que hice fue armar una fiesta que amenazó con volverse un asunto policial. Lo segundo, salvar ese estorbo vital que es la virginidad. ¿Qué pierde una mujer cuando cuando entrega su virginidad? ¿Es acaso un regalo la virginidad? Debuté la madrugada de un primero de noviembre, Día de Todos los Santos, y a todos los santos agradezco mi buen juicio y su buena estrella. No hubo sangre: el deporte, los tampones, quién sabe. El himen es tan impredecible como una tormenta tropical. No sentí dolor, pero tampoco placer. Sabía de antemano que era inútil esperar un orgasmo, y aunque luego de varios años de exploración autoasistida ya me había acostumbrado a llegar a buen puerto, aquello no ocurrió esa primera madrugada. Por último, tampoco hubo culpa: me recuerdo acostada en mi cama adolescente, melosa, eufórica, con una sonrisa de escolar saliéndose con la suya. La virginidad no era ese regalo precioso que me habían hecho creer y que había que defender a toda costa para obsequiársela a un hipotético príncipe azul.
Si para ese entonces ya desconfiaba de mis mayores, entonces supe que me habían estado mintiendo por acto u omisión, y lo que es peor, creyéndose ellos la mentira. Sabía que los príncipes azules, como los zapatitos de cristal, existen solamente en los cuentos de hadas.
Ahora me doy cuenta de que fue entonces cuando renuncié al catolicismo y a cualquier otra religión que supedita el placer del cuerpo a un código civil vigente. La virginidad, como el sistema financiero, necesita que la gente crea en ella para que funcione. Pero yo no recuerdo haber creído nunca. Y no fueron mis tempranas incursiones en las artes masturbatorias -descubiertas por accidente gracias a un feliz chorro de agua- las que habían precipitado mi escepticismo: ¿cómo conciliar aquellos orgasmos con mi supuesta virginidad técnica? (Tuve el suficiente juicio como para no ir donde mi madre con la pregunta.) Mi incredulidad se la debía, entre otras cosas, a los héroes absolutos de mi infancia, dos hermanos una década mayores que yo. Desde que tenía diez años, les ordenaba sus colecciones de revistas porno -el más ortodoxo coleccionaba Playboy, el otro tenía un cóctel más avezado-.
Una ex cuñada mía, pupila escolar de las huestes teresianas, se ufanaba hace unos años ante mi madre de haber guardado su virginidad hasta el matrimonio, subrayando lo especial que había sido ese momento para ella. Yo guardaba mis ganas de soltar una carcajada de cantina pensando en cuán especial debía haber sido el mismo momento para su esposo, inaugurado en un burdel con por lo menos una década de anticipación. Eso es lo que me revienta de la ofrenda virginal femenina: su sumisa ingenuidad. Te regalo mi sangre y mi dolor y mi inocencia; ¿tú me das lo mismo a cambio?
Para que la virginidad sea un regalo, primero debe tener valor. Una chuchería no califica de obsequio. Para los hombrecitos, la virginidad es un estorbo, un obstáculo a remontar lo más pronto posible, así sea a la mala. Para las mujercitas, es motivo de orgullo, una medida de moralidad y un tema obligado para fantasear en el diario adolescente. La verdad es que yo le encontraba mucho más sentido a esa calcomanía que circulaba por los ochenta que rezaba "Las chicas buenas van al cielo, las chicas malas van a todas partes", que a lo que me decía mi madre. Personalmente prefiero ir a todas partes. La virginidad-regalo es más un pretexto para que las chicas sientan que su lugar es, efectivamente, su casa.
La fascinación por las vírgenes produce necesariamente la fascinación por las putas. Unas por inmaculadas y las otras por corruptas. No hay mucho espacio para maniobrar dentro de un espectro de feminidad tan restringido. O blanco o negro. Virgen o puta. Ahora que lo pienso, hasta el mismísimo Jesús prefirió a María Magdalena, groupie por excelencia de esa secta un tanto hereje que fue el cristianismo en sus inicios.
Me complazco de haber sido madrina sexual dos veces. En ambas ocasiones sin que me lo hubieran advertido al principio, porque entre los hombres no es bien visto eso de ir por ahí proclamando la propia inocencia. Luego, es obvio, yo me daría cuenta de cuál era la situación. Los dos muchachos eran menores que yo, y uno de ellos a tal grado que podrían acusarme de corrupción de menores desde aquí hasta dentro de tres años. Con el agravante de que rompimos una cama. El sexo jamás es, o no debería ser, unidireccional. Ellos se entregaron tanto a mí como yo a ellos, sólo que de modo diferente. Se encomendaron con una confianza que sólo encuentro cuando un niño que apenas habla me estira la mano para que lo acompañe.Me regalaron un lugar privilegiado en su álbum mental: presumo que nunca podrán olvidarse de mí.
Miento. Ahora que recuerdo, soy cuatro veces madrina, pero una de ellas sacramentada con agua bendita, de modo que sólo me queda una tercera ocasión en que hice de madrina sexual. Pero no fue de un hombre, sino de una chica, hace unos años. Lo cual me lleva a la conclusión de que reducir la virginidad al rompimiento de una membrana y a la prueba de sangre en la sábana -retratada abastanza en el cine italiano- no sólo es un absurdo, sino una tremenda falta de imaginación, producto de una sexualidad absolutamente falocéntrica. El gran temor de Woody Allen -ese cineasta que desairó su entrega de un Óscar porque se cruzaba con su concierto de clarinete en un club de jazz neoyorquino- siempre fue que lo dejen por una mujer. Humillación que Meryl Streep concretó simbólicamente en la película Manhattan.
Si la Virgen María es inmaculada, es porque todavía corre suelta por ahí la leyenda de que el sexo ensucia. Inmaculada quiere decir "sin mancha". Por favor, permítanme detenerme un rato en este vocabulario técnico usado para hablar de la llamada "pérdida" de la virginidad, como si ésta sólo se extraviara y pudiese recuperarse en un módulo de objetos perdidos.